
La evitación de la experiencia un camino inminente hacia el trauma
Publicado el 20 de enero de 2024
En un mundo que celebra la comodidad, el éxito rápido y la gratificación inmediata, la idea de enfrentar emociones o situaciones desagradables parece casi anticuada. La cultura contemporánea nos invita a evitar el dolor a toda costa: bloqueamos conversaciones difíciles, distraemos la mente con pantallas infinitas, normalizamos el consumo de sustancias para "relajarnos" y hasta idealizamos estilos de vida que prometen una felicidad perpetua. Sin embargo, bajo esta aparente solución se esconde una trampa psicológica: la evitación persistente de lo incómodo no solo no resuelve el malestar, sino que lo transforma en un terreno fértil para el trauma.
La ilusión de seguridad en la evitación
El ser humano está programado para buscar seguridad. Biológicamente, nuestro cerebro prioriza la supervivencia, y cualquier señal de peligro —físico o emocional— activa respuestas automáticas de huida, lucha o parálisis. En este contexto, evitar lo que nos genera ansiedad, tristeza, miedo o vergüenza parece lógico. ¿Para qué exponerse a una conversación conflictiva, a un recuerdo doloroso o a una situación social intimidante si podemos escapar?
El problema radica en que la evitación no neutraliza la amenaza, sino que la congela en el tiempo. Cuando no procesamos una emoción, esta no desaparece; se instala en el cuerpo y la mente como energía estancada. Por ejemplo, evadir el duelo tras una pérdida puede derivar en depresión años después. Ignorar un conflicto laboral puede generar resentimiento crónico. Postergar el enfrentamiento con un miedo irracional (como hablar en público) suele magnificarlo hasta convertirlo en una fobia incapacitante.
La fragmentación del yo y el trauma latente
La evitación también alimenta un estado constante de alerta. Al no resolver la fuente original del malestar, la mente permanece en modo de vigilancia, anticipando posibles amenazas. Esto explica por qué personas que evitan conflictos suelen desarrollar ansiedad generalizada: su cerebro interpreta cualquier señal ambigua como peligrosa, pues nunca aprendió a distinguir entre lo manejable y lo catastrófico.
Con el tiempo, este estado de hiperactivación agota los recursos psicológicos. La persona puede caer en lo que los terapeutas denominan "colapso traumático": una sensación de indefensión, desconexión emocional o incluso disociación. Aquí, el trauma ya no es un evento aislado, sino una forma de habitar el mundo.
La paradoja de la cura: abrazar lo incómodo
La psicología moderna coincide en que la única salida del trauma es atravesar el dolor, no evitarlo. Terapias como la de exposición, el EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) o el enfoque somático trabajan con un principio común: reintegrar las experiencias fragmentadas mediante la confrontación gradual y consciente de lo evitado.
Esto no implica sumergirse en el sufrimiento sin herramientas, sino aprender a sostener la incomodidad con autocompasión. Por ejemplo, una persona con miedo al rechazo podría practicar expresar sus necesidades en entornos seguros, permitiéndose sentir la vulnerabilidad sin juzgarla. Al hacerlo, reconfigura su sistema nervioso: lo que antes era una amenaza se convierte en una experiencia manejable.
Hacia una cultura de la aceptación radical
Romper el ciclo de la evitación requiere un cambio individual y colectivo. A nivel social, necesitamos espacios que normalicen la vulnerabilidad: desde escuelas que enseñen regulación emocional hasta empresas que prioricen la salud mental. A nivel personal, implica cultivar la atención plena para observar las emociones sin identificarse con ellas, y construir redes de apoyo que validen el proceso de sanación.
La incomodidad no es el enemigo, sino un mensajero. Cuando dejamos de huir de ella, descubrimos que en su núcleo hay información valiosa: heridas que necesitan cuidado, límites que requieren firmeza o deseos que piden ser escuchados. Solo al transitar este camino —áspero, pero liberador— podemos evitar que lo no resuelto se convierta en trauma.
